El Silencio Eléctrico

 


 

Esta parábola es una sinopsis del Templo de Salomón el Rey, con el que puede cotejarse.  

 

Esperaba noticias que golpearían mi corazón. La noche de la ruptura se alzaba entre mí y mi amor. No había dios del sueño; el sueño era un traidor. Intenté ensalzar a mi amor y lamentar las horas que nos separaban, pero no pude. Entonces escribí el relato de mi vida. Y es éste: 

 

Embellecido y pintado para ocultar sus tablas comidas de gusanos, mi barco de recreo se iba a pique. Maldije la traición de los operarios y decidí confiar en mis propios brazos antes de quedarme más tiempo en él. 

Tan pronto como me quité la ropa y me zambullí en el río, me di cuenta de que había oscurecido. En una mano brillaba una estrella, realmente curiosa pero no de gran resplandor, prometedora pero poco; mientras que en la otra había una sombría y fantástica lámpara, cuya fascinación era su horror. 

Si nadé indolentemente hacia alguna de ellas, fue porque su luz, confusa y difícil por una parte, y tenebrosa por la otra, era al fin y al cabo luz en comparación con aquella tiniebla interminable y sin sentido que se había asentado en el seno del río. Estas lámparas estaban por encima del río, hijas de un elemento más noble. Y en el río está el gran Leviatán que devora hombres. 

Pero antes de que entrara en la esfera de atracción de ninguna de ellas, de pronto mis ojos se alegraron por una maravillosa visión. Infinitamente lejos, o así lo parecía, un rayo de sol atravesó las tinieblas saturnales de los cielos e iluminó la superficie del agua. Entonces percibí que allá sobre el río flotaba, dentro de un pequeño círculo de luz, un arca, o tal vez un sarcófago. Entonces, al mirar en aquella nube hendida, vi dentro de la luz una casa rodeada de una arboleda. Dentro todo estaba oscuro, aunque de allí salía un rayo tan plateado como dorado era el primer rayo. 

Y deseé ardientemente entrar en aquella casa. Pero, al no tener alas, el objetivo parecía quedar más allá de mi fuerza humana. Entonces los cielos se cerraron tan repentinamente como se habían abierto y me quedé en la oscuridad. Pero tenía una vela de esperanza que, dentro del arca, si llegaba a ella, podría constituir alguna ayuda de conocimiento o de poder mediante la cual alcanzar aquella casa. 

Así que me puse a nadar resueltamente, aunque con cierto miedo, porque había numerosos remolinos en aquella gran corriente y mi única guía era una delgada serpiente de luz que se movía sobre las aguas. 

O así parecía, porque descubrí que tenía un sentido de orientación interno tan fiable como la brújula de un barco; y así, aunque yo no lo supiera, nunca me era posible extraviarme. 

Mientras nadaba llegué junto a uno que se agitaba y pataleaba en la corriente, y que con poderosos resoplidos me apremió a continuar. 

Pero un corto trecho más allá (dijo él) hay un poderoso y diestro nadador. 

Así que, con un poderoso esfuerzo, mi camarada empleó todo su vigor y alcanzamos a ese nadador, y lo saludamos. 

Inmediatamente él (era un hombre agradable y justo) me dio su más cálida bienvenida como compañero de viaje hacia aquella casa, y me reafirmó en mi creencia de que el arca guardaba en realidad el secreto del camino hasta ella. Y sobre la guía que nos convendría a través de la oscuridad y el tumulto de la corriente, habló (algo oscuramente) de una en especial, y más claramente de que él era consciente de diversas marcas a lo largo del camino. Porque, dijo, para los que lo ven desde arriba, esta vastedad de agua sin senderos es como un mapa y está cartografiada con una ciencia perfecta. 

¡Observa! dijo. Y en ese momento estaba justo frente a mi la luz de un triángulo blanco brillante y, lo que era de lo más extraño, la impresión más que la visión de un hombre que colgaba de una horca por un talón. Esto, dijo el hombre justo, es el signo más notable de que vamos por el camino correcto. 

Entonces, mediante la luz del triángulo, percibí otra maravilla: mi amigo no nadaba en la corriente como yo hacía, sino que era llevado en un barco, frágil sin duda, pero suficiente. Me metió dentro de esta chalupa o cascarón y me sentó en el banco de remar. Entonces (todavía mediante la luz del triángulo) vi un hombre oscuro en el banco, remando con poderosos golpes. Nos pusimos a la faena en casi completo silencio, porque cuando pregunté al hombre justo su nombre, él sólo me contestó “Me gustaría saberlo”, y el hombre oscuro: “Me gustaría que hubiera luz”. Lo primero claramente una confesión de ignorancia, lo segundo una evidente evasión. Tales cosas me incomodaron mucho. 

Avanzábamos regular y rápidamente, y tras un rato quedamos poderosamente animados al ver un relámpago hendir dos nubes oscuras; después una pálida medialuna, pesada y lenta, aunque plateada; después, como si hubiera salido de las estrellas, un unicornio galopó por delante de nosotros y se alejó antes de que pudiéramos fijarnos en él; después, un alto faro sobre las aguas. 

“Aquí”, dijo el hombre oscuro, mi camarada, “es un lugar agradable para refrescarse antes de que pasemos a la siguiente travesía”. Mientras hablaba, y a pesar de que no era visible ningún sol, apareció un potente arcoiris y coronó el faro. Yo grité de alegría, “El arco de la promesa”, pero ellos no respondieron nada. Y entonces comprendí que ellos ya habían viajado más lejos, y que sólo habían vuelto por un momento para socorrerme por no tener barco. 

Siete días permanecimos en la torre, comiendo y bebiendo. Incluso en mi descanso tuve muchos sueños maravillosos, de mayor sustento que el propio descanso. Y se me entregó por medio de mi justo hermano (porque así puedo llamarle ahora) un pequeño libro donde estaba escrito cómo un hombre puede construirse por sí mismo una chalupa y obtener un timonel para ella. 

Entonces me afané en construirla, y el esfuerzo fue enorme. Además unos peces viles surgían de las aguas y destrozaban con sus aletas las planchas de mi barco, para que no pudiera terminarlo. 

Sin embargo al final lo conseguí de modo perfecto, y estuve listo para zarpar al amanecer. Pero antes el hombre oscuro, mi hermano, se marchó de nuestro lado y siguió su propio camino. Entonces el viejo de la torre se dirigió a mí aparte y me ofreció un asiento en el banquete funeral de su maestro. Y a pesar de que estoy seguro de que este viejo era un granuja, un tipo sin escrúpulos y un borracho, ese funeral me dio gran placer. Porque flotaba el perfume más suave y el aire estaba iluminado con tenues llamas eléctricas que se juntaban en una colina de luz. Así que yo, exaltado, con el corazón desbordante, entré en la cámara funeraria, que era extremadamente brillante, y allí estaba la mesa para el banquete, y debajo de ella el sarcófago en que yacía el cuerpo del maestro. Vi allí la madera estéril llevar rosas y oí la voz del maestro. Después de esto se me mostraron todos los reinos del mundo de una vez, y muchas otras cosas de gran utilidad y belleza. 

Luego me despedí del viejo de la torre y subí a bordo de la chalupa que había hecho, y entonces él gritó lastimeramente que tenía miedo de un terremoto, y me pedía ayuda. 

Por lo tanto, con un corazón a la vez pesado y ligero, abandoné mi chalupa y el espantoso esfuerzo de su fabricación, y volví con él. 

Entonces llegó el terremoto, como él había previsto, y él y las barcas fueron engullidos. La ola de la marea causada por el terremoto me llevó muy lejos, incluso del hombre justo, mi hermano, y en la oscuridad se me perdió. Ni siquiera supe si había perecido. 

Pero fabriqué una balsa con las tablas sueltas del naufragio y me las arreglé para remar. El arca era invisible y yo ya no tenía más memoria sobre ella, así que me desvié y fui absorbido en los signos luminosos del camino. Mi balsa parecía a punto de hundirse y mis brazos estaban extremadamente fatigados, cuando una voz resonó un poco por encima de mi: “¡Entra en el arca!”. 

Miré hacia arriba y contemplé a un hombre barbudo, poderoso, con los signos del esfuerzo y de los largos viajes escritos sobre él. Yo lo conocía, y por ello me encontraba muy sorprendido, ya que lo creía lejos de aquel lugar. Pero tomó mi mano y me atrajo no sin dolor al interior del arca. Aquí (dijo él) olvida todo lo que hayas visto u oído, porque en este arca no son legítimos. 

Le obedecí, si no tendría que haber traído conmigo la balsa que me había llevado hasta allí. 

Entonces empezó a hacerme preguntas, diciendo: 

¿Qué hay encima del arca? 

Y yo le respondí: 

La casa del rayo de plata, que está iluminada por el rayo de oro. 

“Él”: ¿Cuántas cubiertas tiene el arca? 

“Yo”: Una. 

“Él”: Debes pasar por ella. Aunque busques con ilusión los cuatro muros del arca. 

“Yo”: Busco una puerta. 

“Él”: La puerta está en la cubierta. 

“Yo”: ¡Llévame a ella, te lo ruego! 

“Él”: Fija tus ojos en ella.

“Yo”: Señor, lo haré. Pero te ruego que me digas tu nombre. 

“Él”: ¿Acaso no lo conoces de antiguo? 

“Yo”: ¿El hijo de la montaña? 

“Él”: La Piedra de las Encrucijadas. 

“Yo”: Es suficiente. Fijaré mis ojos en la puerta. 

“Él”: Está bien. 

Entonces le obedecí, y en esa obediencia le olvidé. Aunque mis ojos se movían a menudo, y aunque una vez las planchas de debajo amenazaron con disgregarse y sumergirme una vez más en la corriente, me esforcé todo lo que un hombre puede hacerlo. 

Después mis ojos se acostumbraron a la penumbra y percibí a mi lado, un poco encima de mí.  al hombre oscuro, mi hermano. Le saludé con gran alegría y le conté lo del terremoto. Él suspiró profundamente. 

Hermano, le dije, ¿no puedes ahora decirme tu nombre? Pero él sólo me contestó: “¡Es una pena!”.

Con esto volví a mi tarea, y él me guiaba en ella con su consejo y ejemplo. En el arca la oscuridad es feroz, el río es crepuscular y las sombras son libres; dentro está la oscuridad misma, y la esencia y la quintaesencia de la oscuridad. 

Estuve en este terrible silencio por mucho tiempo. Después, por un instante que parecía más largo que muchas vidas, el sol del cielo apareció de repente y golpeó mis ojos, con lo que caí hacia atrás casi desvanecido. Pero él me mandó animarme y regresar a la tarea. Obedecí, ¡y observé! otra vez el sol, y detrás del sol vislumbré a alguien destinado tanto a estar oculto como a ser visto, lo que sea en cada caso más apropiado. 

Pero el brillo del sol me deslumbraba y su calor me abrasaba. Mis miembros se negaban a obedecerme y, deslizándome hacia atrás, caí en la gran corriente, que allí estaba tan helada, y esto me refrescó y reconfortó. 

Entonces me resolví a entrar otra vez en el arca, y en esto voló hacia mí.  no sé desde dónde, una paloma, y se posó en mi hombro. Así nadé durante un rato, y las aguas de la corriente eran suaves y cálidas, y me acariciaban. 

Entonces sentí que esta deriva sin rumbo estaba agotando mis miembros, y reuní algunas planchas sueltas de mi balsa —porque seguían flotando alrededor del arca— y comencé medio alegremente a remar, no sé decir con qué propósito. 

Y así fue ordenado que la paloma volara hacia mí con una hoja de roble en el pico. 

Yo permanecía en silencio. Pero al fijar la vista con intensidad a lo lejos, observé a alguien situado allá y comprendí que la hoja de roble había sido enviada desde la Casa. 

Entonces pedí consejo a aquel que estaba destinado para ese fin, y con su propia mano me trajo flores de champak, una semilla de mostaza y otra hoja de roble. 

Atesoré estas cosas en mi pecho, a pesar de que difícilmente podía saber para qué. No podía comprender, salvo oscuramente, para qué podían servir. Al ver esto, la paloma llegó hasta mí otra vez, trayendo una rama de olivo. Con esto quedé tan fuertemente complacido que olvidé todo lo demás, y nadé gozosamente en la corriente sólo por placer. 

Pero en eso llegó una corriente de agua helada y me envolvió. Miré y vi que aquello tenía manchas de sangre. Entonces alcancé precipitadamente el arca, que siempre estaba cerca, subí a la cubierta mediante la escala de mano que me había fabricado antes y lo miré todo. Todo el cielo era un huracán, una tormenta furiosa. 

En mi entusiasmo me había acercado mucho a la cubierta, con lo que la tormenta me llevó lejos dentro de sí misma. Podría decirse que yo era la tormenta. Y cuando volví en mí mismo, me encontré flotando sobre el lecho del río, llevado por aquella misma barca que yo había construido una vez en el faro. En la tormenta había perdido el pelo y la barba, el viento los había arrancado de raíz. Así que oí una voz que decía: “Hay un niño pequeño sobre las aguas”. Al mirar la barca, descubrí que estaba reconstruida por aquel que está destinado a reconstruir. Tenía tablas de mi vieja chalupa y tablas del arca también, y estaba construida con forma más de cuna que de barca. Y oí la voz del que está destinado a hablar diciendo: “¡Contémplame!”. Pero no pude. A pesar de todo, miré con fijeza y remé en dirección al sonido. 

Mientras hacía esto, el río se precipitó repentinamente en una catarata. Busqué la rama de olivo y se había marchitado y hundido bajo la corriente. Busqué la paloma y estaba envuelta por la más repugnante de las serpientes. Yo estaba desamparado. Al final él devoró a mi compañero de viaje, de alas rosadas, y se marchó buscando una nueva víctima. 

Me habría hundido con toda probabilidad en esta catarata, si no me hubiera agarrado fuertemente a la barca. Esta flotaba con normalidad, tan serenamente como si lo hiciera sobre las tranquilas aguas de un lago, y cuando pude cobrar un poco de ánimo, vi sentado al timón a aquel que está destinado a llevarlo, lo vi cara a cara. 

Esto duró un rato, y con su ayuda comencé a construir un barco. “Porque” (dijo él) “hay muchos que nadan y no encuentran barcas. Que sea tu tarea ayudarlos”. De mi viaje a la Casa no dijo nada.

Pero durante la construcción del barco vino el hombre justo, mi hermano, a ayudarme. Una noche que estábamos sentados para comer, dijo: Tal vez desees entrar en la Casa, porque hay preparado para ti un confortable dormitorio. Pero yo no quería en ese momento, ya que estaba avergonzado por no tener ropas. No comprendía que en la Casa suministra ropas quien está destinado a suministrarlas. 

Nos esforzamos y construimos muchas chalupas sobre el modelo de aquella en la que habíamos navegado. En ninguna de ellas había una astilla de más o de menos, y no había ornamentos, ni pintura ni barniz para las tablas, porque eran tablas de un árbol que no viene ni del Este ni del Oeste. Pero las velas eran de buen tejido, muy recio, con figuras bordadas en ellas. 

Cuando al final llegó el momento, entré en mi habitación de la Casa. Todavía medito sobre las cosas secretas que se me mostraron en aquel lugar, por lo que no voy a mencionarlas aquí. Pero sí voy a divulgar este tesoro: que cada cosa noble en esa Casa parecía vil a los que nadaban en la corriente, y que cada cosa vil para ellos aparecía aquí noble. Así ellos, con su ruda e impura forma de manejarlas, no podían soportar las cosas delicadas. Ellos llevaban desperdicios con ellos y los devoraban. Así lo había ordenado sabiamente el dueño de la Casa. 

No voy a decir nada del resplandor plateado que surgía de la oscuridad de la Casa, ni del rayo dorado que iluminaba la oscuridad de la Casa. 

Pero para el que pueda llegar a compartir mi dormitorio, hablaré de la última aventura. 

Sobre los pechos del río vino un cisne salvaje cantando, y por un momento se detuvo sobre mi imagen reflejada en el agua. Yo dije: “Ven más cerca”. 

Y el cisne salvaje dijo: “¿Cómo haré para acercarme?”.

“Yo”: Yo te guiaré. 

“El Cisne”: ¿Quién eres tú? 

“Yo”: Mi Padre es el guardián de la Copa del Rey: He preparado un pequeño barco para hacer en él mis viajes por el gran río. ¿Quién va a llevarlo? 

“El Cisne”: Yo lo llevaré. 

Así que seguimos juntos. De la horrible tempestad que se desató es inútil hablar. Y de lo que sucedió después es poco provechoso hacerlo. Pero el cisne salvaje todavía gobierna mi barco. 

El final será como ha sido designado por el dueño de la Casa. Pero lo que sé es que este barco es el barco del Rey. Y en mi pecho están las flores de champak, la semilla de mostaza y la hoja de roble, más hermosas que antes. 

Y sobre nosotros vigila siempre el que está destinado a vigilar. 

Y el cisne salvaje canta siempre. Y mi corazón canta siempre. 

 

Ahora que había dejado la pluma, una voz ha gritado: ¡Escribe! 

¡No tengas miedo! 

¡No te apartes! 

¿Acaso no está escrito que la Pena puede durar una noche, pero que la alegría llega por la mañana? 

Descansa pues en paz y con fe: ¿acaso no vigila aquel que para ello ha sido destinado, aquel cuyos ojos no tienen párpados? 

Y mi corazón respondió: ¡Amén!

 

© de la traducción Miguel AlgOl