Vampiros

 

 

Cara Soror,

Haz lo que quieras será toda la Ley 

¿Así que quiere usted que le cuente todo sobre los vampiros? ¡Hágase vampira usted misma! 

Quisiera preguntarle cómo es que esto ha llegado a formar parte del campo de sus investigaciones. ¿Es esta una información esencial para su Realización de la Gran Obra? Como diría el Gobierno: “¿Es su viaje realmente necesario?”. 

Pensativo, le doy detalles. Los vampiros, dice usted, pueden ser una tentación para uno mismo, o pueden agotarle la energía a uno. Muy bien. Voy a contarle lo poco que sé. 

¡Escuche a Eliphas Lévi! Él nos advierte contra un tipo de personas sin miedo y con sangre fría que parecen tener el poder de extender un repentino escalofrío sobre la fiesta más alegre del mundo, sólo con entrar en la habitación. 

Cuando están cara a cara, estremecen nuestra resolución, matan nuestro entusiasmo, desvitalizan nuestra fe y nuestro valor. 

Sí, todos conocemos a esa gente. Mercurio, por cierto, es el planeta responsable. He examinado un número considerable de natalicios tanto de asesinos como de personas asesinadas. En ambos casos no fue un ente “maléfico” quien hizo el trabajo sucio ¡sino el pobre Mercurio, tan pequeño, tan inocente, con su brillo plateado! 

“¡Fuera de aquí, avieso planeta!
Tú eres el tipo que lo empezó todo.”

¿No es esto lo que le cantó John Henry Newman a Lucifer? Lo dudo. 

Usted, sin embargo, está pensando más en el vampiro de novela. El Drácula de Bram Stocker y similares. Ese es un libro espléndidamente bien documentado, por cierto. Presenta sus “hechos” y sus contextos legales y mágicos perfectamente bien. 

Es bastante fácil reírse de los vampiros cuando uno vive en Upper Tooting o en Surbiton, o en algún lugar de esos en los que ningún vampiro que se precie querría ser visto. ¡Pero en una solitaria aldea de montaña de Bulgaria las cosas se perciben de modo muy diferente! Debería usted tener en cuenta, por cierto, que las pruebas sobre los vampiros son tan consistentes como las de casi cualquier otra cosa en el mundo. Hay innumerables testimonios procedentes de procesos legales en los que ciudadanos de lo más sobrio, responsable, digno y respetable, incluyendo abogados y jueces, han investigado casos y casos con la mayor minuciosidad, y los más distinguidos cirujanos y anatomistas han avalado los detalles clínicos. 

Interminable es la lista de los casos bien documentados de cuerpos desenterrados tras meses de sepultura que se han encontrado no sólo lozanos y con todas las señales de la vida, sino atiborrados de sangre fresca. 

No puedo sino sentir que todas las explicaciones que dan las personas importantes —que no explican nada— sobre histeria colectiva, superstición, deseos reprimidos y el resto de la estúpida jerga actual, son tan difíciles de creer como las historias mismas. 

El hombre que meneó la cabeza incrédulo cuando le mostraron una jirafa y dijo: “no la creo”, forma sin duda parte de los listillos pontificadores de Wimpole Street. 

Es la vanidad egomaníaca la que hace que no creamos en ciertos fenómenos solamente porque se encuentran fuera de la infinitesimalmente pequeña realidad que constituye la experiencia de cada uno. 

Cuando crucé por primera vez la frontera entre Birmania y China, tuve que hablar con nuestro cónsul en Tengyueh, el admirable Litton, que gracias a su fino cerebro y a su personalidad ha convertido toda la provincia de Yunnan en su propio virreinato. Almorzamos juntos sobre la hierba y me apresuré a cavar en la mina de oro de sus conocimientos sobre el país. Entre las primeras cosas que me dijo estaba esto: “¡Recuerde! Todo lo que le cuenten sobre China es verdad”. Nada me ha impresionado más profundamente. Esas palabras se revelaron ciertas, fueron iluminadas por la experiencia diaria y se justificaron más de mil veces. 

¡Lo mismo puede decirse de los Vampiros! 

¡Oh, vale! (me interrumpe usted groseramente) y cómo encaja esto en el profundísimamente sabio discurso del Maestro sobre la Duda. 

¡Hermana, no sea usted tonta! Hermana, ¿debería dudar de toda la gente que ha estado en África o en el zoo y ha visto jirafas, y debería creer con candor infantil a los que dicen que han estado por todo el Infierno y parte de Kansas y no han visto ninguna, y que afirman por lo tanto que tales cosas no pueden ser posibles? De estas dos aserciones dogmáticas, me quedaría sin dudarlo con la afirmación positiva, en vez de la negativa. 

En 1916 fui el primer observador preparado científicamente para registrar la aparición que generalmente se denomina “fuego de San Telmo”, y este hecho fue revelado indiscretamente en una carta enviada al New York Times. Fui perseguido durante más de seis meses por los profesores de física (y el resto) de todos los Estados Unidos. Se dudaba hasta entonces de la existencia de tal fenómeno sólo en razón de ciertos problemas teóricos. Esta es la cuestión, hermana. Si determinados datos encajan con dificultad en el conjunto de las leyes sobre el tema, normalmente son recibidos con recelo.

Detengámonos un momento en el gran Huxley, y su ejemplo del centauro de Piccadilly, que le fue contado (así lo supone con humor) por el profesor Owen. ¿Qué despierta la duda en Huxley, qué inspira las preguntas mediante las cuales busca confirmar o desacreditar aquello? Sólo esto, nada más: aquí está la cabeza y el torso de un hombre encajados en los hombros de un caballo. ¿Cómo se han hecho los ajustes mecánicos? 

En la misma línea, señaló que para que un ángel tuviera alas reales, como en las pinturas medievales, el esternón debería sobresalir unos cinco pies por delante del cuerpo. (Por supuesto el pobre colega era profundamente ignorante de los mecanismos del Plano Astral. Yo estoy, por una vez, “del lado de los ángeles”.) [Además es que se desplazan sin agitarlas. Como dice Swinburne: “Rápidos sin pies y volando sin alas”, 4.] 

¿Estoy divagando otra vez? No, realmente no. Sólo estoy exponiendo un caso que sirve para tener una mente abierta sobre el tema de los Vampiros, incluido el Clan Drácula.

Pero ciertamente no hay apenas pruebas de la existencia de tal especie en Inglaterra. 

¿Entonces por qué el tema es importante en algún sentido para usted? Porque hay en la actualidad gente moviéndose por todos sitios que posee y ejercita facultades similares a las que mencionó Lévi, pero con mucha mayor intensidad, incluso de un tipo mucho más formidable, y movida por una voluntad maligna. 

Hay un poderoso volumen de teorías y prácticas relacionadas con este y otros temas afines, que será abierto para usted sólo si alcanza el VIII° de la O. T. O. y se convierte en Pontífice y Epopt de los Illuminati. Después, cuando usted entre en el Santuario de la Gnosis... ¡uf, tío! O más apropiadamente, ¡uf, tía! 

La O. T. O. no tiene un Seminario de Instrucción en Vampirismo para Señoritas y Caballeros, con una cátedra (difícil de alcanzar) para Hombres Lobo, y “lechos de justicia” —que parece lo más apropiado— para Íncubos y Súcubos. ¡Todo lo contrario! Pero las fuerzas de la Naturaleza utilizadas en estas supuestamente abominables prácticas son similares o idénticas. 

La doctrina de la “Fuerza Vital” ha sido explotada completamente desde hace mucho tiempo, por lo que apenas necesito decirle que en cierta forma todavía no descubierta (o mejor, no publicada), y no mensurada, es ciertamente una realidad. ¿No le conté una vez cómo casi morimos en el Iztaccihuatl rodeados de docenas de latas de comida que habían caducado? ¿O cómo puede uno emborracharse con media docena de ostras? ¿O que el mejor manjar que he comido nunca fue una oveja del Himalaya medio cruda, troceada y echada a las ascuas antes de que hubiera comenzado el rigor mortis? Hay una diferencia entre el protoplasma vivo y el muerto, independientemente de que el químico y sus colegas tanteadores del crepúsculo lo admitan o no. No censuro la ignorancia de estos incompetentes de dedos congelados, sino que son ellos mismos los que se muestran como unos asnos redomados al airear su ignorancia como la Quintaesencia del Conocimiento ¡Grandilocuencia de Beocia! 

Hay formas de Energía, con un Orden demasiado sutil para haberse podido medir adecuadamente hasta ahora, que están en la base de los evidentes cambios químicos y físicos del cuerpo, y pueden —dentro de ciertos límites— incluso dirigirlos. Negar esto es arrojarse de cabeza en los brazos del Automatismo Animal. Los argumentos de Huxley a favor de esta teoría son extremadamente parecidos a los del Obispo Berkeley: incontestables, pero inconvincentes. Esta carta no es, punto por punto, la reacción ineluctable, apodíctica, automática, al estímulo de su pregunta, y nadie podrá convencerme de que lo es. Por supuesto, esta imposibilidad de convencerme es igualmente un factor de la ecuación: es bastante inútil intentar “volver a contestar” ¡Simplemente, es ridículo! 

(¡Y mientras tanto los físicos matemáticos dan golpes en el mismo fondo de su barco al decir que la propia causalidad no es más que un desvarío maníaco!) 

Así pues, podemos —¡por fin!— ponernos a trabajar. Es bastante fácil aburrir al vecino —¡fíjese cómo la aburro yo! Pero normalmente no es intencionado. ¿Es posible intensificar el proceso desvitalizador, hasta el punto de debilitar a la víctima físicamente, tal vez incluso hasta cerca del punto de morir? Sí. 

¿Cómo? El método tradicional es tomar posesión de algún objeto o sustancia íntimamente conectados con la víctima. Se trabaja mágicamente para absorber la virtud de esa materia. Lo mejor es que haya sido lo más recientemente posible parte de su tejido vivo. Por ejemplo unos restos de uñas, un mechón arrancado de su cabeza. Algo todavía vivo o cerca de ello, y todavía parte del complejo de energías que forma parte de la concepción de su cuerpo. 

Lo mejor de todo son los fluidos y las secreciones, especialmente la sangre y otra cosa de suprema importancia para la continuidad de la vida. Cuando se consiguen todavía vivos para su función, son los mejores de todos. Por esto no se recomienda especialmente arrancar y devorar el corazón y el hígado del vecino de al lado. Habría ido demasiado lejos, al destruir justamente lo que resulta más importante para mantenerse vivo. 

Sin duda usted responderá con cierta lógica aparente, y sin duda tal razonamiento será de lo más plausible, que al tomar dentro de su propio cuerpo el corazón y el hígado, preservando así su vida, el conjunto de sus “energías vitales” abandonará el barco que se hunde del tejido físico y correrá al salvavidas que provee el vampiro. Nunca olvide que usted conferiría un beneficio inestimable a la víctima absorbiendo su punto de energía inferior en su propio punto superior. ¡Lea su Magia K, capítulo XII! [y fíjese que el “niño” (p. 95) equivale a la Serpiente.] 

Usted afirma eso con fuerza, mi querida Hermana en el Señor. Su tesis está impecablemente planteada, sus argumentos son convincentes, suenan bien, no hace falta repetirlos. Pero —y esto se lo planteo del modo más serio— ¿qué pruebas experimentales puede usted aportar? ¿Cuántos corazones, cuántos hígados, han constituido su alimento espiritual? ¿Ha excluido usted todas las fuentes de error? ¿Lo ha hecho? —Entonces ya sabe el procedimiento rutinario: ¡escríbalo todo en detalle y envíelo para que sea supervisado! 

Yo conocí una vez a una dama de unos setenta veranos. Procedía de una noble familia polaca. Era baja, robusta, más bien rellena, pero singularmente ágil. Bien parecida en cierto sentido brutal. ¡Y sus ojos! Durante cincuenta años había vivido casi todo el tiempo en su chateau en Touraine. Tenía mucho dinero y siempre se había rodeado de más de una docena de muchachos y hombres jóvenes (Por joven entiendo hasta los cuarenta años). Ella no sólo parecía tener veinticinco, sino que vivía como veinticinco. Unos veinticinco genuinos, naturales, espontáneos, no un esfuerzo. Podía pasarse la noche bailando y salir a dar un largo paseo por la mañana. Usted puede dirigirse a ella para obtener detalles de su tratamiento. Creo que todavía está por ahí, aunque he oído que se mudó a Sudamérica cuando vio venir 1914. En cualquier caso a usted, que ha ya recibido algunos consejos útiles, podría decirle simplemente: “¡Ve y haz lo mismo!”. 

Creo que mi viejo amigo Claude Farrère ha echado más que un vistazo a estas materias. La idea de usar tejido celular joven para fortificar el viejo está expuesta directamente en La maison des hommes vivants. Pero en cuanto al método de transmisión, su agua procede de Wells (H. G.). [1]

Después de esto, estará usted de acuerdo en que ya he escrito bastante. 

El amor es la ley, el amor bajo la voluntad. 

Fraternalmente, 

666 

 

Nota del traductor: [1] Juego de palabras con el apellido de H. G. Wells, que significa en inglés “fuentes”.



© de la traducción Miguel AlgOl